No he podido comenzar el viaje por mejor sitio. Una acogida entrañable -en el aeropuerto estaban Pedro Luis y dos jóvenes, me hizo sentirme como un hermano que llega a su casa. En la comunidad me recibieron con alegría los cuatro frailes: Marceliano, el Decano de la Delegación y Provincia de Andalucía, que manda saludos especiales para su amigo Manuel Ordóñez, para Antonio Cuervo, misionero en estas tierras unos años, y para el Hermano Jesús -¡qué larga es la sombra de los que cuidan la vida!-, el hermano Javier, que esta semana será ordenado sacerdote en Alta Gracia, Pablo Ureta, lleno de recuerdos de su paso por Burgos y recientemente elegido Delegado de Argentina, y Pedro Luis, que está en su salsa en estos ambientes con tantos pobres, tantos niños, tanto sabor misionero. 

Las temperaturas altas, rondando los cuarenta grados. Al llegar, me enseñaron la casa, que, en este caso, es como enseñarte el Evangelio hecho vida. Un pequeño espacio para los frailes, pero muchos espacios para acoger la vida. Una guardería para los niños, un comedor social para dar de comer a la gente pobre el pan de cada día, una iglesia que se queda pequeña para acoger a tanta gente, muchos de ellos jóvenes y niños - lo pude ver con mis ojos al celebrar la eucaristía el día de la Inmaculada y sentirme alentado por la fe viva y misionera de esta comunidad-. ¡Cuánta vida! ¡Cuánta fe! ¡Cuánto amor a la Virgen!

El Papa Francisco y el fútbol están omnipresentes. En el trayecto del aeropuerto al convento se veían por la calle grupos de jóvenes preparándose para el partido. También vi muchas carteles con la foto de Mandela y textos de agradecimiento hacia él.

Ya me han hablado de los barrios -creo que mañana los recorreremos-: La Bombilla, El Sifón, La Vía. Centro y periferia, tan cercanos. Barrios difíciles, con condiciones de vida de extrema pobreza, a veces violentos, intransitados por la gente que se cree de bien. Pero, con mucho Evangelio dentro. Con proyectos. Pedro Luis, con un buen grupo de jóvenes, está creando puentes. Ya están en marcha las Casas de Niños, que tanto bien siguen haciendo en Sucumbíos. Aquí resuena el grito del Papa -cómo le quiere la gente sencilla-: "Cuiden la vida, cuídense unos a otros, cuiden a los niños, cuiden a los ancianos"

En la cena con la comunidad compartimos recuerdos. Pablo Ureta no se cansa de hablar de Burgos, de Gabriel, de Longinos y su tortilla, de Charo y el CIPE. Seguía el calor. El corazón, el mío, estaba lleno de vida. Gracias. Hasta el pie me duele menos. Un abrazo entrañable para todos desde Tucumán, el jardín de Argentina. Pedro, provincial.