Superior Provincial
No sé si fueron las nieves del Mampodre las que te hicieron
fuerte como un roble; no sé si fueron los ricos pastos de tu pueblo los que te
dieron tanta fortaleza; no sé si fue la fe recia de tus padres la que empujó imparables
tus pies de misionero. No lo sé.
Pero sí sé, y sabemos todos, que te hemos visto muchos
amaneceres abriendo brechas por doquier al Evangelio, que te hemos visto
recrear con dones sembrados en tu debilidad a los hermanos que estaban a tu
lado, que te hemos visto, sin volver la vista atrás, recrear con la esperanza
el horizonte.
Sí sé, y sabemos todos, que no te has guardado nada para ti, lo
has dado y lo das todo, -¡cuánto perdón y gracia recibidos en la oración y dados
a manos llenas en misión-, que has compartido con la gratuidad de las fuentes
que riegan los valles frondosos de tu pueblo toda esa sencilla y eficaz
sabiduría que el Espíritu te ha dado hora tras hora.
Sí sé, y sabemos todos, que te has reído de los miedos y has
afrontado las dificultades de la vida con una valentía infrecuente, que has
abierto surcos en la tierra donde la obediencia te ha enviado.
Sí sé, y sabemos todos, que todo tu ser es para Dios, pues a
Él te consagraste por entero, a Él y a la Señora del Carmelo, desde las
primeras luces de la aurora.
Ahora, cuando los años ya pesan en tu cuerpo, tan partido en
mil eucaristías hechas vida, volvemos contigo los ojos al Dios grande para
darle las gracias por tu vida, tan fecunda en España y las Américas.
Eres el Decano de la Provincia, pero en ti seguimos descubriendo
los ojos inocentes, generosos, de aquel niño que corría tras los jatos por la
calles y valles de Acebedo. Gracias, Norberto.
Eres el Decano y a ti acudimos para que partas con nosotros
tu capa de profeta, pues necesitamos tu aliento, tu fe recia, tu estilo fiel de
vivir de carmelita. Antes de irte, dinos
lo que sabes, compañero, hermano, amigo y testigo fiel de tantas cosas.
¡Felicidades, Norberto! Todos los hermanos y hermanas de la Provincia, con toda tu familia y amigos, nos unimos gozosos a tu fiesta. Que Dios te bendiga y tú sigas bendiciéndonos desde la atalaya de tus noventa y dos años.
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