Eso es lo que se está celebrando estos días en El Prado: los cuarenta años que lleva viviendo en Uruguay el P. Julio Félix, ese calahorrano, con ojos y corazón de niño, que está siempre aprendiendo y dando. Ayer se dieron cita numerosas personas, amigos y compañeros de camino del P. Julio, para dar gracias a Dios por estos cuarenta años de vida encarnada en estas tierras y en estas gentes. También estuvieron, cómo no, representantes del judaísmo y de otras confesiones cristianas, con los que el P. Julio ha recorrido con enstusiasmo caminos de diálogo interreligioso. A pesar de vivir tantos años acá, el P. Julio Félix no ha agarrado el acento inconfundible de los charrúas, pero sí ha unido su corazón al de este pueblo, y eso se lo saben agradecer con un cariño inmenso antiguos feligreses de El Prado y nuevos feligreses de Carrasco. En la homilía, el P. Julio dijo que había dado mucho, sí, pero que había recibido infinitamente más, de Dios y de todos. Quizás esta sea la clave de nuestro hermano: recibir todo y darlo todo, en una danza de gratuidad que él interpreta cada día con sus músicas y gestos, tan peculiares. ¡Cómo resuena en su vida el "todo te ofrezco, Señor" de Chiquitunga! Tierras no sabidas, por caminos no sabidos, le esperan a este viajero de Dios y de los hombres, a este soñador de inmensidades, a este riojano de corazón universal; y a nosotros nos espera lo que Julio nos ofrece en sus ojos pícaros de niño aventurero: su sonrisa, su trabajo, su amor de entrañas a su vocación de carmelita, su pasión por Dios y por su querido pueblo uruguayo. Querido P. Julio... ¡sigue siendo tiempo de caminar! ¡Gracias!