viernes, 26 de abril de 2024

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Gijón



El barco del Carmelo


Son muchos y están dispersos; les une un fuego común, allá en lo hondo, que nunca se ha apagado. De vez en cuando aparecen por nuestros conventos y preguntan por éste o por aquel, buscan rostros conocidos, comparten recuerdos que en ellos se mantienen vivos. Es verdad que no todo en el camino fue positivo, pero, con el paso del tiempo, han aprendido a soplar sobre la brasa, dejando definitivamente a un lado las cenizas. A veces nos cuesta reconocerlos porque sus rostros han cambiado y llevan las marcas de los gozos y dolores de la vida. Hablan de sus familias, pero vibran con la familia a la que pertenecieron y pertenecen: la Familia del Carmelo. Son hermanos nuestros, muchas veces amigos, que compartieron durante años nuestra vida de carmelitas y después, por motivos diferentes, dejaron. Rezaron y cantaron con nosotros, sufrieron y gozaron con nosotros, navegaron en el mismo barco, llevaron en sus pechos el santo escapulario de María, se emocionaron con nosotros con los versos bellos de Juan de la Cruz. Estoy en Gijón y uno de estos hermanos y amigos, José Luis Cascos, se ha acercado y ha compartido con nosotros retazos de la vida; se le ha asomado al rostro la alegría. ¡Qué sabemos de lo que cada ser humano guarda en el corazón! Para todos ellos, estén donde estén, para sus familias, nuestro abrazo más entrañable, nuestra oración, nuestro profundo agradecimiento por todo lo que nos dieron y dan ahora en el silencio. Si el tronco guarda en su corazón las señales de la vida, el corazón guarda recuerdos imborrables de unos tiempos vividos en común. Los ecos de esos años son insospechados. Pedro, provincial.



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